EXPERIENCIAS PERSONALES
Una mujer de ayer y de hoy
Mis experiencias vividas
Me viene al recuerdo mi experiencia personal sobre cuando ya se comenzaba a entender que la sumisión al varón, las labores del hogar, y el “unidos para siempre en las alegrías y tristezas” se nos inculcaban bajo la excusa de que el fomento de nuestra cultura era toda una riqueza.
Allá a mediados de los años sesenta (cuando casi te lo exigían, si querías colocarte) tuve que pasar por la Sección Femenina. Había algo positivo en ello; recibías el aprendizaje para la recuperación del folclore español y la artesanía para hacer frente a las nuevas tecnologías que se nos avecinaban. Con esa doctrina, los Poderes Públicos, nos querían demostrar que antes del invento industrial está, en categoría para el alma, la labor de sus propias manos, porque son las que dejan huellas de su trascendencia inmortal el estilo de vivir poderoso de gracia y carácter.
Si bien observaba ciertas buenas intenciones, no me cuadraban con las prohibiciones que tanto proliferaban y basta como ejemplo decir que en nuestras más encantadoras tabernas comenzó a ponerse el dichoso cartelito de Se prohíbe el cante mientras que en los países más democráticos plantaban otro que decía Prohibido prohibir.
En el pueblo donde nací, Olvera (Cádiz), hasta hace poco tiempo, aún existía en algún bar un cartelito que decía: “Prohibida la entrada a mujeres”. En un establecimiento mayorista de aceitunas, te advertían que, si estabas en esos días de la mujer, no entrases porque se estropeaban las aceitunas.
De novios, como casi todos los adolescentes, íbamos a “pelar la pava” a lugares discretos cuando aparecía algún que otro agente de la autoridad que nos llamaba la atención por el solo hecho de darnos un beso. Advertencias que en algunos casos iban acompañadas de algunos calificativos horrendos destinados fundamentalmente a la mujer y no al hombre. Lloraba porque el agente, de forma chulesca, me dijo hasta guarra.
Volviendo a mi pertenencia a la Sección Femenina y una vez cumplidos los dieciocho años, con esos credenciales pude colocarme en un hospital. Cuando yo le conté a mi novio que tuve que afeitar a un hombre antes de operarse, me respondió que dejase el trabajo porque no le gustaba que tuviese que tratar con otros hombres; yo tan ingenua me marché del hospital.
Otras compañeras tomaron el camino del arte folclórico que eran utilizadas por dos perras gordas, para animar las juergas privadas de algunos personajillos que incluso metían en la cuenta la compañía de bellas y jovencitas mujeres.
Mis compañeras se colocaron en la Fábrica de Tabacos y algo muy curioso: La advertencia de que permanecería en la fábrica hasta que se casara una vez consolidado el casamiento tenía que abandonar el trabajo para dedicarse al hogar.
Afortunadamente los tiempos ya cambiaron cuando ya me tocó seguir las directrices “normales” de aquellos tiempos: Casamiento, hogar, hijos…
El destino me ha llevado a ejercer de Gobernanta en un Centro Residencial Para Personal Mayores y, aunque en pocos meses me tengo que jubilar, en ésta mi última etapa laboral he aprendido mucho de nuestros mayores.
Autora: Francisca Gallardo Castro. RM Mart & Gall